lunes, 3 de enero de 2011

LA VIOLENCIA SE APRENDE





Sí. La violencia se aprende... Pero hay que aprender también mecanismos para neutralizarla o evitar que se produzca. Necesitamos que se nos enseñe como ser conscientes de la violencia, qué debemos hacer para contener, controlar y encauzar la energía que se descarga en violencia hacia fines más constructivos. Lo que brilla por su ausencia en los sistemas de educación y en los medios de comunicación es la enseñanza y promoción de modos de vida y de comportamientos espirituales y satisfactorios con respecto a la violencia. Y es imposible enseñar nada válido acerca de la violencia si se empieza por considerarla un enigma de otro mundo, algo así como una posesión diabólica que sólo afecta a unos cuantos perversos...

Obviamente, lo peor que puede hacerse en lo que respecta a esta problemática del adolescente es guardar silencio. Hablar y escribir acerca de estas cuestiones supone ya un gran paso hacia su solución. Pero hace falta el esfuerzo conjunto de profesionales de diversas disciplinas, a veces alejadas entre sí, como es el personal sanitario (médicos, enfermeras, psicólogos), los jueces, los maestros, los asistentes sociales y los periodistas de todos los medios de comunicación social.

Para el personal docente, por ejemplo, es más fácil enseñar matemáticas o historia que mostrar a los jóvenes de entre 12 y 16 años, de ambos sexos, cómo vivir espiritualmente, como ser conscientes y obrar apropiadamente, cómo gestionar su tiempo, afrontar el estrés y estructurar sus relaciones humanas. Sin embargo, en una época en que tantos padres dimiten de sus funciones, es evidente que alguien debe ocuparse de transmitir unos valores espirituales que fundamenten la vida de nuestros jóvenes.

Todo hace prever que la competitividad, la penuria de puestos de trabajo y la incertidumbre van a ir en aumento, por lo menos en los próximos años. Fumar marihuana, beber hasta emborracharse, tener un hijo siendo adolescente o simplemente no hacer nada son tal vez salidas a muy corto plazo, pero la sociedad (y, en cierto modo, a su cabeza los profesionales sanitarios y educadores) tiene la obligación de escuchar a los jóvenes, establecer con ellos un auténtico diálogo y enseñarles la auténtica espiritualidad, que consiste en ser conscientes y en obrar apropiadamente en todas las situaciones que les acerca la vida. Debemos enseñarles a vivir y a convivir.